La siesta de la ballena
Doy vueltas con el tenedor los últimos tres fideos congelados. El plato vacío dice que llegó la hora de dormir la siesta. Mamá es gigante. Mamá con rayas oscuras y profundas entre las cejas amenaza con perder la paciencia. Habilitar la siesta o escucharla gritar. Trago el último fideo y la frente de mamá otra vez es lisita. Lisita como el plato que quedó vacío. Cada cual a su pieza. El sueño que no viene. No viene. Y no viene. Y mamá cerró su puerta. Y la casa está vacía como el plato sin fideos. No quiero estar sola. Me levanto. Voy hasta la puerta de madera que me roba a mamá. Me estiro hasta el picaporte. El ambiente es sepia. El sol se filtra apenas por la persiana. Mamá es una ballena. Entrá pero quedáte quieta y callada. Me acuesto a su lado y me hago la dormida. Ronco. Calláte. Me doy vuelta. Quedáte quieta. Inmóvil por una eternidad. De pronto el cuello duele. Cambio posición. Quieta o te vas. Lloro. Se compadece. Me rodea con su brazo. Es suave y tibio. Cierro fuerte los ojos. Mamá se vuelve densa. El brazo suave y tibio ahora es pesado y me hunde en el colchón. Debo resistir. No puedo hacer que me echen. Adentro de la panza redonda de la ballena acecha el enemigo.
Publicado en Pez Banana, dic. 2002