Al principio de los noventas, mi padre vio la oportunidad de continuar su carrera política que había sido truncada por el gobierno militar. Decía, queriendo hacer pasar por chiste, que no le importaba que Menem fuera un veleta, él podía, una vez en la vida, darse el gusto de ser oficialista. Tanto le había hecho sufrir el radicalismo que no tenía en cuenta que ya había sido oficialista en 1972.
Su carrera profesional y económica alcanzó el auge, también su vida, que de arder en el esplendor se le apagó de golpe a mediados de 1994, unos días después de cumplir 48. Con él se fueron mi interés por la política y la ilusión necesaria para sostener cualquier utopía.
En la mitad de ese despegue y ese final abrupto, me regaló un curso de inglés en Londres. Ese año dejé definitvamente la carrera de Letras en Puán y me puse a trabajar, quería juntar plata y aprovechar el viaje para recorrer Europa después del mes que duraría el curso. En esa época me encontraba perdida. Apenas si me había podido seguir el rastro a mí misma entre cuarto y quinto año de la secundaria. Pero al finalizar el colegio me encontré otra vez, como en casi toda mi infancia, sin saber cuál sería mi pasión, mi lugar en la vida. Pensé que recorrer los países desconocidos del continente europeo podía ser un buen camino para llegar a conocerme; al menos sería ciudadana del mundo, como mi padre quería que fuera.
En Londres, estudiando inglés, vi la punta de un ovillo. El idioma, aprender un idioma y, más profundamente, el lenguaje (algo que ya me había fascinado en Letras, pero como la mayoría de mis amigos odiaba gramática y lingüística, yo me había sentido bastante nerd). La primera clase que oí a esa profesora hablarme en su idioma nativo, trabajando en un instituto que quedaba en la ciudad a la que ella pertenecía, quise enseñar español a extranjeros, cuando en Buenos Aires apenas si había un par de institutos que lo hacían.
Después de Londres, visité París, ciudad a la que tendría que volver al final del viaje para tomar mi avión de regreso a casa. Recorrí Italia, donde conocí a la familia de mi abuela paterna y aprendí algo de italiano. Y después de bajar hasta Roma, tomé un avión a España, donde ya empecé a extrañar mucho. A pesar de encontrarme en un país que hablaba mi idioma me sentí más ajena que nunca. Tanto, que adelanté un mes mi pasaje de regreso y me fui a París como tres días antes de tomar el avión.
Ahí lo conocí.
Era de Milán y estaba de vacaciones. No había terminado la escuela secundaria y era artista. Vivía de pintar murales. Era fan de Sepultura. Se parecía a Lucas de Rep. Recorrimos el Louvre, varios museos más y fuimos a conocer el palacio de Versalles. Él hablaba un poco de inglés y yo hablaba un poco de italiano. Así nos entendíamos. La última noche, cuando me acompañó a tomarme el bus de Air France que me llevaría al aeropuerto, nos dimos un beso y yo me enamoré perdidamente de él.
Intercambiamos un par de cartas y hablamos por teléfono una sola vez. Después, a él le tocó hacer la colimba y le perdí el rastro. Igual, me busqué otro trabajo y empecé a ahorrar dinero para volver a Europa al año siguiente y así lo hice. Sólo que un mes antes de viajar, conocí al que sería el papá de mi hijo. Pero no cancelé el viaje, consideré que no estaría bueno comenzar una relación renunciando a un proyecto personal que tanto esfuerzo me había costado.
No contaba con verlo, sin embargo, le escribí una última carta desde Bruselas, diciéndole que pasaría navidad en Italia, en Ossimo, con mi familia y le apunté el teléfono.
Preparábamos la cena de nochebuena cuando me llamó. Me dijo que no estaba en Milán, que todavía estaba haciendo el servicio militar, que no podríamos vernos. Me dio pena, después de todo, él había sido el objetivo de mi viaje. Mi prima italiana estaba escandalizada, ¿cómo era que le había contado tanto de mi nuevo novio y recibía tan entusiasmada esa llamada?
Nevó mucho esa navidad, no en Ossimo, pero sí en Milán y en otras partes de Europa. Tuve miedo de no poder llegar a Bruselas, desde donde salía mi avión esa vez. El viaje se me había hecho demasiado largo y otra vez quería volver a casa.
1 comentario:
Qué lindo Valery, propongo una ficción-no tan ficción por semana!
beso
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