Hay mentiras buenas y hay mentiras malas. Y por buenas me refiero a bien construidas, verosímiles, camaleónicas. Mientras que las malas son un falso decorado, son el micrófono que entró en cuadro y nos recuerda que estamos viendo una película, son el bisoñé apelmasado y anacrónico que revela un color diferente al cabello de la nuca.
A veces, el secreto de la mejor mentira son los sólidos pilares de verdad sobre los cuales se erige. Durante algunos años di (y de tanto en tanto sigo dando) clases de español a extranjeros. Cuando tenía grupos de un nivel intermedio jugábamos a la anécdota falsa. Era un ejercicio para practicar los tiempos pasados y las preguntas. Era muy divertido. Cada uno debía contar una anécdota. Luego el resto del grupo debía hacer preguntas para deducir (y adivinar) si la anécdota era verdadera o falsa.
Utilizando, por ejemplo, un caso real al que sólo le cambiaban el final, los alumnos más avezados lograban que el resto de sus compañeros no pudieran estar seguros del todo al decidirse por una historia. Johnatan, por ejemplo, contó de un baile en el que estaba la hija de Clinton, una apuesta que hizo con sus amigos acerca de robarle un beso. Y remató diciendo que sí, que aunque ella era muy fea, se le había acercado, se la había chamuyado y la había besado finalmente. A todos nos gustó esa historia. Preguntamos, preguntamos y como no tenía baches nos jugamos por decir que era todo cierto. La historia, nos confesó Johnatan, era verdadera sólo hasta el momento en que él había cerrado la apuesta con sus amigos.
La frontera que divide la verdad y la ficción es una zona de trabajo llena de material y recursos para un escritor. Supongo que con un pie en cada lado, podemos hacer eso que muchos recomiendan: “escribí sobre aquello que conozcas bien”. Un buen experimento sería escribir dos textos. Uno que sea una mentira más grande que una casa, pero tratando de hacerlo pasar por verdad (evitando que se vean los micrófonos, las pelucas, los dientes de plástico). El otro texto debería basarse en un hecho realmente increíble pero real (la realidad supera la ficción, no hay que dudarlo) y hacerlo pasar por mentira. Luego mostrarle ambos textos a algún amigo, decirle que uno es verdad y el otro, mentira, y pedirle que decida: ¿cuál es cuál?
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