¿Cómo? ¿Das talleres literarios y no creés en los talleres literarios? Es como ser cura y no creer en Dios. Es como ser trompetista y tocar la guitarra. Es como ser florero y que te usen para guardar caramelos. Qué sé yo.
Sí, creo en los talleres literarios. Pero creo en aquel tipo de taller que, como su nombre lo indica, es un espacio para reunirse a experimentar junto a otros que tienen parecidos intereses. Taller implica práctica, experimentación, investigación, no escuela. Entonces, no creo en los que se llaman talleres pero pretenden ser una escuela. Ya porque quienes los coordinan intentan bajar línea de cómo-se-debe-escribir, ya porque los que se acercan creen que hay-que-aprender-a-escribir-de-cierta-manera.
No hay una manera única de escribir. El verdadero arte consiste en encontrar nuestro estilo, y para ello se requiere mucha práctica y mucha confianza en el material propio. Tal vez el trabajo más arduo sea el de lograr deshacernos de esa inseguridad que nos hace decirnos a nosotros mismos: al final, yo siempre voy a escribir así de (mal/ cursi/ autorreferencial/ morboso/ naif / complicado).
Esto que muchas veces vemos como un problema o un defecto es una invaluable puerta de entrada al arte de la escritura. Todos tenemos una puerta en particular: algunos siempre estamos escribiendo acerca de nosotros mismos, otros siempre queremos escribir sobre gente que muere (y al final, hasta el gato se muere) otros somos graciosos, otros somos un combo de lugares comunes.
El primer gran paso para escribir es aceptar que es por ahí y sólo por ahí que vamos a entrar. Entonces, explorar esa manera (oh, baby I love your way). Ponerla en juego, ponerla en práctica, ponerla contra las cuerdas, ponerla patas para arriba, patas para abajo, ponerla en tela de juicio, volver a adoptarla, quererla y hacerla carne. ¿Acaso no suena lógico empezar aprendiendo a usar lo que ya tenemos? ¿Qué puede pasar? Un novio músico que tuve, una vez me llevó a ver al guitarrista inglés Allan Holdsworth. Después del recital, me contó que cuando era chico, Holdsworth había querido tocar el saxo, pero sus padres no tenían dinero para comprárselo y en su casa sólo había una guitarra. Hoy es uno de los mejores guitarristas de culto más reconocidos del mundo.
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Foto: Natacha Iglesias
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