Si hoy día me encontrase con la accesibilidad a un maestro o chamán como en las  historias de Castaneda, o en los mitos búdicos, o incluso, mirá lo que te digo,  como en las películas de Karte Kid, no dudaría ni un instante en iniciar un  camino espiritual.
Tal vez sean excusas para seguir como estoy, pero se  me hace que la excesiva demanda espiritual de nuestros días ha convertido toda  oportunidad de seguir a un maestro en algo parecido a almorzar en un fast food self service.  Hacé la fila con tu bandejita, y cuando llegue tu turno, pedí rápido que atrás también   hay alguien apurado por que lo atiendan.
¿Cómo encontrarse así  con las bromas prácticas que hacen que se desvanezca tu ego por un instante, las  transfiguraciones del maestro en águila, la convivencia ociosa que sabe esperar  el momento justo para una enseñanza? Ahora estos maestros tienen tantos  discípulos que imparten iniciaciones en cadena por Internet.
Pero no me  quejo, porque tengo suerte. Tuve y tengo muchos maestros. Muchos muy buenos. Y  es por ellos que me di cuenta de que aprender es mucho más que recibir buena  información.
Cantidad de veces salí de una clase o terminé un curso  sintiéndome infinitamente agradecida. No sólo por los contenidos que había  recibido, tampoco por haber descubierto que me llevaba una manera nueva de  integrar toda esa data a lo que ya sabía desde antes.
La gratitud era  por el cuidado, la pasión, la felicidad del maestro; por una cuantiosa energía  intangible que a veces etiquetamos como “dedicación”.
Lo que hace de un  maestro un buen maestro es su generosidad.
Es un buen maestro el que  sabe 3 y te da 3.
No es tan bueno el que sabe 10 y te da 1, o medio, o, lo  que es peor, en vez de dar sólo te pide (reconocimiento, halagos,  adulación).
Es un buen maestro el que, sabiendo 3, le preguntan 4 y  admite que no tiene tal conocimiento.
No es tan bueno aquél que sabe 10, le  preguntan 11 y manda fruta o, lo que es peor, dice que saber 11 no sirve para  nada.
Es un buen maestro el que aprende a admirar y respetar el  potencial de sus discípulos, aún cuando éstos sean potencialmente mejores que  él.
Es un buen maestro el que admite que sus discípulos han alcanzado su  mismo nivel y les da el rol de pares.
Es un buen maestro el que deja  aflorar el estilo de sus discípulos y lucha constantemente en contra de imponer  sus gustos.
Un buen maestro puede encontrarse en un aula, en un curso,  en un taller. Pero también puede ser un médico, un compañero de trabajo, un  amigo, un mozo, un hijo, un hermano o una madre. Un buen discípulo es el que  sabe reconocerlos.
2 comentarios:
Que bueno es cuando alguien pone en palabras algo que (digamos) uno ya sabía o sentía o intuía.
Estuvo buenisimo. Gracias.
Lo voy a pasar para que otros lo lean. Te mando un beso.
De nada y gracias.
Sí, es eso que todos pensamos pero que cuando vemos por escrito toma más fuerza, no?
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