Imaginemos que vivimos en Brasil, y que cerca de nuestra casa hay un río. Imaginemos que un día nuestro padre se hace fabricar una canoa y decide dejarnos, sin explicación alguna, para terminar el resto de su vida, hasta sus últimos días, en medio de ese río. Imaginemos ahora ese río ancho, profundo y barroso. En una orilla quedamos nosotros, en la orilla de enfrente están los otros. En el medio, inaugurando un tercer punto de referencia, nuestro padre. Ya no está con nosotros, pero no se ha ido del todo, pues no remontará el río hasta desaparecer, sino que mantendrá su barca en medio del cauce. Tampoco ha muerto, sin embargo, no vive más que para comer y dormir en su canoa.
Nuestro padre como tercera orilla del río abre una nueva dimensión. Ni presente ni ausente: está pero resulta inaccesible. Un padre del que venimos y al que no podemos ir, aunque, inexorablemente vamos. Y sí, vamos hacia él, porque entre su versión real y esa otra ideal está aquélla que nos hemos inventado. De él venimos y de él creemos alejarnos mientras lo dejamos atrás y nos cubre como una sombra, hasta que llegamos a portar sus canas, sus arrugas, alguna que otra sonrisa en la que reconoceremos, sesgado, el perfil de sus dientes. Él es nuestro único pasaje cuando decidimos salir a expedicionar el mundo. Caminaremos su puente para cruzar hasta donde están los otros. Y aunque nuestra mochila esté vacía de su lengua (tenemos lengua materna, no paterna), hablaremos con las palabras que él hubiese dicho. Seguros hasta de las pausas que asumamos como suyas. Nuestras conversaciones traslucirán, sin embargo, un miedo. Ése que se apoderará de nosotros cuando veamos al interlocutor con la canoa escondida bajo el brazo. Y eso es lo inquietante, porque el barco es un sitio donde nunca pisamos firme. La inmovilidad, en vez de conservarlo estático, lo pone en posición de ser arrastrado por la corriente. Pero nuestro padre y su canoa están siempre a la vista. Nos ha abandonado, pero rema constantemente para que la corriente del río no se lo lleve, para no irse del todo. Entre el recuerdo y el olvido, la canoa viene a fundarnos otra orilla.
Escrito a partir del cuento La tercera orilla del río, de João Guimarães Rosa, tomado del libro Campo General y otros Relatos, Editorial Fondo de Cultura Económica, 2001.
7 comentarios:
Quisiera invitarlos a visitar mi BLOG, www.clarosdeluna.blogspot.com
y comentar libremente...
Bueno, ya lo he dicho en "la otra realidad", pero lo reafirmo: excelso, caustico, preciso, contundente.
¿Y si exploramos este estilo, ahora?
Esto me gustó mucho, así que escribí una poesía, basada en este escrito, basado en el otro escrito, y entonces fueron como tres orillas.
hace rato que sigo este blog con interès.. en realidad lo conocì a travez del Kaleidoscopio. Bueno el blog, bueno el contenido.. y este texto..increible.
ty: pasaremos, gracias.
erdosain: le contesté ya desde otra orilla.
ary: seis orillas: acá, allá, la canoa, el texto original, este texto, su poema.
katalobo: gracias por los halagos.
Excelente el relato, hace poco que conozco este blog y me está gustando muchísimo.
Hermoso y conmovedor, se me había pasado este post, por suerte mi intuición (o mi curiosidad) no me falló.
Es impresionante lo que se puede hacer con la lengua castellana.
El corazón, late con cada palabra.
Besos
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