En tus poemas se trasluce la desprotección y la soledad en la infancia
Todo el mundo dice: Mi patria, mi infancia. Para mí no es así. La infancia es un lugar común que muchos tocamos cuando escribimos porque es dolorosa. Se crece a los golpes y las ilusiones se te caen más rápido. Todos son grandes, todos te dan consejos y te van manejando como a un títere. Tenés que aceptar las realidades que te van tocando y adaptarte a lo que otros consideran que hay que hacer. Para mí es el momento de vida en que más sufrís. Es, sin duda, un momento de desprotección. Estás más solo que nunca.
¿Qué relación tienen la soledad humana y la soledad del momento de escribir?
Yo creo que la soledad en el momento de escribir es la misma que se tiene siempre, sólo que en ese momento la hacés consciente. Todos estamos solos por más que nos rodeemos de gente, de ruido. Hay momentos en los que de pronto nos damos cuenta, y cuando esto pasa, un gran susto nos paraliza. Entonces, algunos componen canciones, otros gritan, otros hacen artesanías o lo que fuere, y otros escribimos. Lo que llamamos inspiración en realidad es hacer consciente el hecho de que estamos solos, de que hay cosas que nos llegan y duelen. Cosas que estuvieron ahí siempre y que un día descubrís de repente.
¿Qué significan en tus poemas: la tierra, los barros y los perros?
Significa interior, significa cuando escarbo, cuando me quiero ver. Cuando estoy escribiendo y trato de imaginarme por dentro a veces veo una tumba, por ejemplo. Veo tierra, veo lombrices, veo perros, veo lobos. Toda esa oscuridad que uno se encarga de evitar mostrar con mucho esfuerzo. Es lo que ocultamos. Cuando miro para adentro, veo eso. A veces se me escapa y si tiro de ese hilo salen otras cosas.
Ya que hablás de la tumba: ¿qué pasa con la muerte?
Es algo que se cruza casi de forma permanente cuando estoy escribiendo y hace que se cree un ambiente lúgubre en la hoja. La muerte y todo lo que tiene que ver con lo que ya no está y no va a ser. Una compañera constante que debería asustarme, pero no.
¿No te asusta que no te asuste?
A veces sí.
¿Qué fue lo que te atrajo de cada uno de los escritores que admirás?
Todos tienen algo oscuro. Me gusta Pizarnik, por ser tan dolorosa, tan drástica. Clarice Lispector porque me siento identificada en las charlas que tiene con ella misma, su obsesión por escarbar. Inventa personajes pero siempre está hablando con ella, cosas que se pregunta y cosas que quiere saber. Sábato también, está escribiendo y de repente te quiere contar por qué Juan Pablo Castel mató a María Iribarne y en el medio de la historia , se pregunta ¿por qué digo esto?, y empieza a discutir con él mismo. Octavio Paz, no es tan oscuro, pero tiene algo de eso. Ellos son algunos de los que más disfruto leer. Lo que subyace en todos es esta obsesión de escarbar la oscuridad. No se rinden ante la falta.
¿Qué es lo que te gusta de un poema cuando lo leés?
Me gusta poder ver lo que alguien me cuenta que le pasó o siente, incluso poder oler un aroma que te propone algún poema. Hay poemas que no me llegan, porque son palabras que riman y quedan bien, son lindas, encajan, pero me pasa que no veo. Necesito transportarme a ese lugar desde donde están escribiendo. A veces encuentro un poema extenso y sólo hay una ventana por la que puedo ver. En un cuento, lo que más me gusta es transportarme. Hay historias que mientras leés te decís: “Bueno, ¿cuándo llega el momento en que me voy de viaje, cuándo entro en la historia, cuándo siento que lo que le pasa al personaje me puede pasar?”
¿Cómo se conectan en vos la lectura y la escritura?
Puede ser que me guste una palabra del libro que estoy leyendo y me transporte a una historia que empiezo a inventar. Y mientras me parece que estoy inventando, me estoy contando algo que no me animaba a decir. Como dice Clarice Lispector, esas palabras son carnadas. A veces sí, estás pescando palabras que te sacan sentimientos que estabas inentando no mostrar.
¿Cómo es el momento de escribir?
Tengo que estar sola. Puedo estar haciendo cualquier cosa, a veces, en el momento que menos me lo espero, me dan ganas de escribir. Algo impulsivo, desordenado se dispara. No se entiende bien qué es y pasa como un rayo. O puede ser que esté haciendo algo que tiene que ver con escribir y eso provoque la inspiración, es como si la llamara, la generara. También puede pasar que estoy acostada, me estoy por dormir y tengo que prender la luz porque me vino algo a la cabeza y sé que al otro día no me voy a acordar. A las dos o tres de la mañana, la hora que sea, y me pongo a escribir. Aunque sea anoto la frase que me haga acordar de la idea que quiero contar y al otro día me levanto y empiezo.
¿Cómo te ves de acá a dos años?
Un poco más serena, con menos mochila en la espalda. Tratando de ser feliz con mi vida, no sólo con mi trabajo. Y, espero, con un libro entre las manos.
¿Cómo es la incompatibilidad entre una imagen de modelo y un perfil de escritora?
Es real, es karmática, es un dolor de cabeza. Da bronca. Me contaron que cuando salió mi reseña sobre Un soplo de vida de Clarice Lispector, la gente se sorprendía al ver que había alguien que escribía con el mismo nombre de la modelo. ¿Por qué no pudieron interpretar que era la misma persona? No lo habían leído, pero ya daban por descontado, no podía ser la modelo. Creo que tener una determinada cualidad física o hacer un trabajo que te da popularidad no implica no poder escribir o hacer lo que te plazca. Es como decir que no está permitido sentir.
¿Sentís que puede ser un acto de justicia demostar que una modelo es inteligente?
No intento redimir al rubro de las modelos. Sólo intento hacer justicia conmigo misma que no es más que ser fiel a mis sentimientos y a todo lo que salga de mi adentro. Justo es, para mí, no dejar de escribir nunca aunque pocos entiendan o quieran entender los porqués.
Conecto algunos temas que salieron: el tema de la soledad humana y de escribir, la infancia desprotegida y esto que decís de no ser modelo, sino trabajar de modelo. ¿Cómo te suena la frase “sapo de otro pozo”?
Yo nunca me sentí que perteneciera a ningún lugar, más que allí a donde estaba yo, y sola. Al único lugar al que pertenezco es al lugar en el que estoy escribiendo. Porque cuando estoy escribiendo me voy. Soy lo que escribo. Pero siempre, desde chica me sentí sapo de otro pozo. Por mil motivos distintos consideraba que no encajaba en el lugar en el que estaba. Siempre era la más nueva por tantos cambios de colegio o la más alta o lo que fuera. Siempre había algo que me hacía no pertenecer. Es esa soledad espantosa de la que hablábamos, que no tiene remedio por más que te metas en un lugar lleno de gente.
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